El proceso electoral de 2021 ya empezó y López Obrador puso sobre la mesa su estrategia para que Morena gane. Ésta consiste en tres partes.

Empezará por polarizar aún más, como lo ha hecho antes. Por eso, en su respuesta a un desplegado en el que un grupo de respetados intelectuales hace una muy lógica convocatoria a que la oposición presente un frente unido en la contienda que viene, no reparó en llamar conservadores y "neoporfiristas" a los firmantes, cuando el responsable de la publicación fue Roger Bartra -sociólogo, académico de la UNAM- con una vida de militancia en la izquierda.

Su segunda táctica es dejar claro que "se está a favor de la 4T o de la corrupción", y para eso -y más- vino Lozoya. Quiere hacer ver a la reforma energética como un proceso ilegítimo en el cual los votos del Legislativo se lograron mediante "moches".

La verdad es que en México, como en muchos legislativos en el mundo, el voto de Diputados y Senadores implica un trueque de favores. En Estados Unidos se le denomina "pork"; a cambio de su voto, el legislador obtiene recursos para su distrito o estado.

En México, donde todo el poder se centraliza y la corrupción todo lo aceita, las mordidas destraban lo que deberíamos hacer expedito con procesos transparentes, reglas claras y ese Estado de derecho cada vez más lejano.

Es claro también que si en algún momento había resultado evidente que la reforma energética fue una medida no sólo acertada, sino urgente e inevitable, es cuando Pemex y Dos Bocas destrozan nuestras finanzas públicas, mientras el mundo acelera su camino hacia las energías renovables y el mercado de petróleo enfrenta su peor crisis en décadas, ante una demanda con tendencia secular a la baja.

Lozoya viene también para desacreditar por parejo a todos los partidos y, en caso de emergencia ante el posible colapso del País, provocado por el peor Gobierno en la historia de México, dará con qué ir tras Peña Nieto, quien presidió el Gobierno más corrupto en sexenios.

La tercera parte de la estrategia, para cubrir todos los flancos, buscará descalificar al árbitro, por si se ofrece alegar que la elección estuvo amañada. López Obrador sigue sin reconocer que Calderón le ganó, aunque por poco, en 2006. Le duele porque sus necios errores le costaron perder la ventaja que tenía. Pero sus seguidores creen esta patraña, y de ahí se cuelgan para justificar todo ataque contra el INE, aunque este órgano le haya dado la victoria al tabasqueño, sin titubear, cuando sí ganó en 2018.

Esta enmarañada trama ocurre cuando México vive la peor crisis económica en 90 años y la pandemia enluta a decenas de miles de familias mexicanas, cuando hemos tenido el mayor número de homicidios dolosos desde que se lleva cuenta, y con un cártel declarándole la guerra al Estado. López Obrador tendría alternativas infinitamente más simples.

Podría optar por gobernar. En 20 meses, se ha cansado de desperdiciar oportunidades extraordinarias de hacernos ver mal a sus críticos. Si hubiera decidido concluir la obra del Nuevo Aeropuerto, "a pesar de las irregularidades en el proceso, que serán investigadas", hubiéramos tenido que respetar su responsabilidad y pragmatismo. Si hubiera enfrentado la pandemia con determinación, convocando a la unidad e incluso copiando medidas de aislamiento y contención que funcionaron en otros países, hubiéramos cerrado filas detrás de él. Si hubiera hecho un plan serio con los empresarios para reactivar la inversión y así posicionarnos para recibir inversión extranjera y aprovechar los cambios en cadenas de valor provocados por la pandemia, tendríamos que reconocer que una recuperación es posible.

En resumen, la estrategia de AMLO ante la elección de 2021 podría simplemente basarse en ser un buen Presidente. En vez de eso, la única certeza es que la próxima crisis que enfrentemos será provocada por la ineptitud de su Gobierno o, en su defecto, que no estaremos preparados para resolverla si nos llega de afuera.

Jorge Suárez-Vélez