No hay nada que más asuste en la vida que la locura, el perder la razón, el contacto con el mundo. Cualquiera que haya vivido esto sabe a qué me refiero; un padre senil, un hermano esquizofrénico, un amigo bipolar, un tío depresivo, un hijo adictivo. 

 

También puede ser algo menos orgánico pero igual de destructivo: Un padre narcisista que sólo piensa en sí mismo, una madre que se obsesiona con el orden y la limpieza a costa de la salud de la familia, un socio que se auto-sabotea inconscientemente, la perversidad de un hermano que rompe el orden constantemente sin razón y provecho para nadie. 

 

Perder la capacidad de procesar la información, de entender y resolver los problemas que nos envía la vida con inteligencia, armonía y beneficio es aterrorizante. Freud hablaba de dos impulsos en el ser humano: Eros, el amor, la construcción y Tánatos, la muerte, la destrucción. 

La locura también puede ser colectiva. Sobran ejemplos: La Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, la guerra de Vietnam, la guerra contra las drogas, la Inquisición, el Gran Salto de Mao, el régimen de terror de Stalin, el racismo, la esclavitud, el fanatismo, el terrorismo. Momentos, tendencias, actitudes, comunidades y sistemas enloquecidos por una ideología, una religión o una gran sinrazón. 

 

Es más fácil entender –y nos asusta mucho menos- la perversidad que la locura. El empresario rapaz, el político corrupto, el gurú manipulador, el amigo acomodaticio, el jefe ególatra, todos tienen un estilo tóxico pero un objetivo entendible desde la razón. 

 

Lo irracional es lo que espanta porque no podemos negociar con eso, no podemos interactuar de manera saludable y exitosa con la locura. Nos arrastra y nos derrota como una inundación, un terremoto, un incendio forestal o un tsunami. 

 

Los movimientos sociales suelen tener una causa muy lógica y entendible, pero pueden derivar en locura. Brexit fue una locura, Trump es una locura, Duterte en Filipinas, Chávez en Venezuela, Bolsonaro en Brasil. Aunque podamos entender el descontento de la masa no podemos entender su apego a un loco. ¿Quién es más loco, quien lo es o quien lo sigue? 

 

Entiendo y comparto el malestar de muchos mexicanos con su sistema político. A mí, particularmente me molestan dos cosas en especial: la inseguridad y el mal gobierno. En ambos he trabajado y sé que pueden resolverse si tomamos mejores decisiones. Me desespera que no lo hagamos con mayor rapidez. 

 

Hay otros temas que me duelen como la pobreza extrema, el elitismo en la toma de decisiones, la superficialidad de argumentos, el auto-derrotismo de algunos mexicanos y por supuesto, la corrupción. 

Todo esto tiene razones sistémicas, causas entendibles y tratables. Se puede negociar con ellas desde la razón.

 

Entiendo que a la izquierda mexicana no se le reconoció el triunfo desde la candidatura de Cárdenas. Siempre es recomendable equilibrar las voces en política, sobretodo aquellas que piensan en el beneficio de los que menos tienen y que también saben luchar por las libertades individuales y sociales que la derecha no contempla y que la extrema derecha suele combatir. También entiendo que en ese proceso algunas voces se hayan radicalizado. 

 

Entiendo la inmadurez de los gobernantes de todos los colores que se dedican a minimizar los proyectos de los anteriores para ensalzar los suyos. 

 

Entiendo el hartazgo de toda la sociedad mexicana con la corrupción gubernamental en todos los niveles y en especial, la del régimen saliente. Entiendo la urgencia de hacer algo al respecto, lo apoyo, lo demando. 

 

Lo que no logro entender es la cancelación de una obra de la magnitud, importancia e impacto económico y social, como lo es el aeropuerto de Texcoco. No hay argumento que me convenza. Si fuera proyecto podría verlo con otros ojos. No lo es, es una obra en proceso. 

 

Trato de escuchar con total apertura a los que defienden la decisión de AMLO, tanto a los racionales como a los irracionales. 

 

Valoro a mucha gente cercana a la nueva administración. Sé que algunos de ellos realmente quieren hacer un cambio positivo. 

 

Con todo eso, no logro entender - por más esfuerzo que haga- la cancelación de la obra. Es una locura que se lleva de encuentro a los mexicanos, a los electores de Morena, al equipo pensante de AMLO y al propio AMLO. 

 

Es un balazo en el pié, es irracional. No tiene beneficio para nadie y eso es aterrador. En lugar de buscar subsanar las fallas técnicas o financieras que pudiera tener, en lugar de indagar y limpiar la siempre sospechada corrupción, se crea un mal mayor. 

 

En mi intento de buscar racionalidad, escucho a quienes dicen que sólo es un juego para marcar territorio, darle gusto a la fanaticada, limpiar moches, fijar posiciones con el poder económico, quitarle carga fiscal a la nueva administración y finalmente, sacar al conejo del sombrero, es decir, concesionar el NAIM a un grupo de empresarios, con o sin concurso de por medio. 

 

Si es así, me preocuparía un poco por los riesgos que AMLO ha corrido con tanta maroma, pero me tranquilizo. Es una decisión demasiado barroca para mi gusto, muy sagaz dirán otros, pero lógica. 

 

Si no es así, si en verdad es un tema de que se cancela “porque yo mando”, “porque no va a pasar nada”, “porque yo sé más que ustedes”, “porque mi intención es buena y limpia”, “porque el pueblo dice”, creo que estaríamos frente a un escenario aterrador. Una locura personal que puede convertirse en locura colectiva, de impactos y costos incalculables. 

 

Quiero equivocarme en el diagnóstico, me urge equivocarme.

 

Santiago Roel - Semáforo Delictivo 

Noviembre 1, 2018