La mujer ha tenido que sobrevivir la violencia contra ella y contra sus hijos. El tema no es nuevo, ni es exclusivo de algún país.
El siglo 20 marcó un cambio en esta tendencia: La incorporación de la mujer al mundo educativo y laboral, y con ello, la posibilidad de ser independiente; el derecho a participar en la política; el divorcio, la libertad sexual y los anticonceptivos; y en algunos países, incluso, el derecho al aborto.
El largo proceso de civilizatorio que inició con la Ilustración en el siglo 18 y se intensificó con la Revolución Industrial a partir del siglo 19, marcó un cambio de valores y un rechazo a la violencia y el sadismo en general, también benefició a la mujer, aunque no en la proporción requerida pues el hombre poder y fuerza sobre la mujer.
Recientemente, en los años sesenta se inició la revolución a favor de los derechos de las minorías y eso incluyó a la mujer, que no es minoría, pero que es tratada como tal. Pero la lucha no ha terminado porque se siguen cometiendo injusticias y violencia en contra de la mujer, y las mujeres, con justa razón, están hartas de esto.
En la violencia familiar el hombre es el agresor en cuando menos un 80% de los casos; en violación el hombre siempre es el agresor. Antes de la pubertad los niños y niñas tienen casi la misma probabilidad de ser agredidos sexualmente, pero a partir de la pubertad, la violación se concentra en las mujeres.
El siglo 21 nos señala las áreas de oportunidad pendientes: Debemos entender y rechazar el machismo, la discriminación y la violencia que los hombres aun ejercemos en el hogar, en la calle o en el trabajo en contra de la mujer.
Los hombres y las mujeres no somos iguales. He aquí algunas diferencias que los hombres podemos reconocer:
- Tenemos un mayor nivel de testosterona, por tanto, somos más agresivos y proclives a correr riesgos. No quiere decir que seamos más valientes, somos más agresivos física, intelectual y sexualmente. La testosterona se incrementa en los meses más cálidos y por ello, suben accidentes, violencia familiar, riñas y violación en primavera y verano.
- Somos menos inteligentes emocionalmente. No reconocemos nuestras emociones con la facilidad que lo reconocen las mujeres. No hacemos empatía con la facilidad que ellas lo hacen.
- No sabemos como comunicar nuestras emociones. Si son negativas, tendemos a disfrazarlas y encauzarlas como ira, en lugar de entender el resto de las emociones y matices que están detrás de la ira, como tristeza o ansiedad.
- No somos más inteligentes, tenemos por lo general, más habilidad para lo espacial y lo físico (tareas de operación de maquinaria o herramientas, por ejemplo) pero hasta ahí.
- Somos más individualistas. Tendemos a pensar más en nosotros mismos, las mujeres generalmente, piensan más en el bienestar de los demás, empezando por sus hijos.
Somos diferentes, pero no tenemos ningún derecho sobre la mujer. Nuestra libertad termina donde empieza la libertad de ellas, y su libertad es igual de amplia y valiosa que la nuestra. Ese es el principio rector.
Sin embargo, la cultura nos ha hecho creer que sí tenemos más derechos que la mujer, si no por otra cosa, porque somos más fuertes físicamente y más agresivos. Entonces, haríamos bien en auto-observarnos y en detectar las programaciones negativas dentro de la familia, la escuela o la sociedad para no caer en la trampa o para salirnos de ella.
Las mujeres están demandando mayor poder político para resolver esto y tienen razón. Además, sobran ejemplos de buena política cuando la que está al mando es una mujer inteligente y empática que hace un buen papel justo porque no piensa ni decide como hombre.